ARRAIGOS
Y DESARRAIGOS.
Me
hace el honor la M. Priora del Convento de la Piedad de Casalarreina, Sor
María Imelda Fernández de Valderrama, de encargarme el Prólogo de la
interesante monografia escrita por D. Rufino Gil de Zúñiga, y me place
mucho el menester, aunque mi labor no satisfaga las exigencias de la obra
bien hecha que mis buenas amigas e intercesoras, las RR. MM. Dominicas, se
merecen.
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Virgen del Rosario. |
Cunplo
el encargo, por otra parte, con la admiración que me produce la paciente,
excitante y hermosa labor del autor del libro, para desentrañar de los
archivos del Monasterio susodicho una historia que, aunque es común al
pueblo y al cenobio, siempre ha parecido, y no por culpa de éste, que han
vivido de espaldas.
Este
«Monasterio de la Piedad a través de las fuentes de su archivo »
querido lector, es un libro de satisfacciones; primero para quien lo ha
escrito después de regocijarse lícitamente a veces de lo que hallaba en
su paciente labor de investigación en el depósito conventual.
Esta
satisfacción la refleja el autor en sus comentarios tan transparente que
parecerían ingenuos de no venir de estudioso tan avezado como Gil de Zúñiga.
Como el ¡eureka! de los sabios que descubren algo, que es, si bien se
mira, una exclamación de ingenuo asombro. Si muchos historiadores
hubieran sido ingenuos, la Historia no hubiera sido manipulada como lo ha
sido. Ese aserto conocido de que la Historia la han escrito los vencedores,
es testimonio fiel de la falta de inocencia.
Es
también un libro de satisfacciones para las propietarias y depositarias
del archivo que han penetrado con él en un pasado rico en matices y
situaciones y al mismo tiempo en información fiable para afrontar desde
tan valiosa documentación el futuro, pues situaciones como las que han
logrado resolver con éxito en el pretérito insidiosas ocupaciones
territoriales o desviación de los cauces molinar y del medio, etc., nadie
puede asegurar que no se repitan en el futuro, precisamente porque todos
conocemos la condición humaría.
Y
satisfacción es para las monjas también la conciencia precisa de la
riqueza cultural y artística del legado que hicieron los adores, tanto el
Obispo D. Juan Fernández de Velasco, como la primera Priora, Dfia. Isabel
Alonso de Guzmán y Fernández de Velasco.
En
tercer lugar, es un libro que, sin duda, proporcionará satisfacciones a
quien leyere, porque si bien es un cauce de varios meandros, la noticia
salta aquí o allí para sorprendernos gratamente.
Finalmente,
ofrece la tentación a un destinatario, desconocido por ahora, para
adentrarse por las acuciantes incógnitas que ofrece, especialmente en
algunos aspectos que están gritando en silencio su descubrimiento.
En
este sentido, «Monasterio de la Piedad a través de las fuentes de su
archivo» es un proceso de arraigos y una requisitoria tácita de
desarraigos, por lo que testimonia de la previsión de los fundadores,
especialmente de la primera Madre Priora electa, Sor María de la Piedad,
cara al futuro, previsiones espirituales y materiales que permitieron,
como dice Gil de Zúñiga, sobrevivir a la nave conventual en el proceloso
mar de¡ tiempo hasta la Desamortización, proyecto que pudo haber sido,
en cierto modo, revolucionario por potencia¡ instrumento de redistribución
de la riqueza y que se quedó en agua de borrajas, pues si los bienes
salieron de las manos muertas, entraron en los de la especulación, más
inertes y perniciosas socialmente.
Pero
las previsiones fundacionales han permitido la vida activa, aunque callada,
de generosas vocaciones dominicanas de clausura en este Monasterio de la
Piedad hasta nuestros días. Las monjas se han adaptado a los tiempos que corren
y en un pasado reciente se vieron obligadas por la necesidad a abrir
colegio de enseñanza y formación de la mujer.
Hoy han
convertido el convento en taller. El cambio es tan notorio como inteligente
y compatible con la vida ascética. El Monasterio
de la Piedad y su plantel de monjas está bien arraigado y, aunque se
habla de remisión de vocaciones, ellas confían en que su oración ayudará
a salir de la crisis.
El
hedonismo y la libertina permisividad actual en la sociedad acabarán por
producir hastío, y, consecuentemente, una necesidad de volver a la
esperanza y, por ella, a la fe. Quizá sea esa la senda que conduzca al
florecipniento de nuevas profesiones de MM. Dominicas. Acabo de leer en
una revista la historia de una mujer licenciosa que, arrepentida, lo ha
dejado todo para dedicarse al Señor en un convento. Se repite periódicamente
el caso del Duque de Gandía, que no quiso «servir a señor que se le
puede morir».
Curiosamente,
como se recoge en este libro, este Duque, que fuera después San Francisco
de Borja, estuvo en Casalarreina, en 1522, para inaugurar un convento de
Clarisas en Ajuarte, convento que se disolvió poco después por traslado
de las monjas a Madrid. En ese mismo año, también pernoctó en este «logar»
el Papa electo, Adriano VI, el 13 de marzo de 1522, camino de Roma, quien
al día siguiente inauguró la fábrica del Monasterio y la Iglesia, según
recoge Gil de Zúñiga. Muchas otras celebridades
pasaron por Casalarreina. Jovellanos
constata en los «Diarios» su estancia en casa de unos amigos donde no es
precisamente galante con las hijas de sus huéspedes.
El
Monasterio de la Piedad, según sus fuentes documentales, ha vencido la
codicia en varias ocasiones, desde un lugar desde el que parece que no se
está al cabo de la calle, pero que ha logrado sentencias de recobrar la
pacífica posesión utilizando los recursos ante las instituciones
pertinentes en cada momento histórico. El libro es lo suficientemente
elocuente al respecto. Las raíces están muy profundas para resistir
cualquier vendaval y menos cualquier veleidad de grupo.
Pero
también el Monasterio denuncia tácitamente un cierto desarraigo en el
tiempo. Poco después de su fundación, muchos vecinos desearon ser
enterrados en este sagrado recinto, lo que refleja una comunión
espiritual entre convento y pueblo, y que debió de suscitar los celos y
la codicia del cabildo parroquia¡ al exigir a las monjas el llamado «quarto
funeral».
Hoy
parece advertirse,
a pesar de las excelentes relaciones individuales de los seglares con las
MM. Dominicas, un cierto divorcio entre convento y sociedad. ¿Es que sólo
hay que entender la utilidad material de su presencia en el entorno? Hay más,
especialmente el tesoro de la intercesión de quienes se dedican a la vida
contemplativa; no debiéramos dejar secar esa raíz que nos une históricamente
al Monasterio. Si bien hay buenas relaciones, podrían estrecharse.
En
definitiva, el convento es socialmente del pueblo, forma parte de su
patrimonio y últimamente lo hemos visto cuando las monflias han hecho
copartícipe al vecindario de fastos conmemorativos o cuando han cedido
para usufructo del pueblo la campa en unas generosas condiciones que prevén
cualquier atentado a este espacio que de facto es, por voluntad de las
monjas, público.
Además
hay un tesoro escondido en estotro tesoro que es el convento y que ha sido
ahora abierto a la contemplación del visitante. Me refiero a la Bula,
expedida en 1509 por el Papa Julio II, autorizando a testar al Obispo D.
Juan Fernández de Velasco sus 12.000 ducados para la construcción del
Convento de la Piedad, y a otros documentos preciosos con los que se podría,
de acuerdo con el Ayuntamiento, los vecinos y la Comunidad Autónoma de La
Rioja, y sus prestaciones económicas, establecer un Museo que haga más
incitante la visita a Casalarreina y al, Monasterio.
Pero
entre los tesoros W convento, el más preciado, sin duda, es el cuerpo
incorrupto de la fundadora, Dña. Isabel Alonso de Guzmán y Fernández de
Velasco, Sor María de la Piedad. ¡Qué emoción la de las monjitas
cuando exhumaron el cadáver por primera vez en julio de 1888 y lo
encontraron, posiblemente como anhelaban y esperaban, incorrupto pese a
haber sido enterrado tres siglos y casi medio bajo una capa de cal viva!
¿No
es una maravilla milagrosa?
Esa
misma emoción la han vuelto a sentir las religiosas acogidas actualmente
en el Monasterio de la Piedad, cuando en Octubre de 1988 reabrieron el
sepulcro, al cumplirse los 448 años de la muerte de la fundadora. He
visto una fotografia y es impresionante el estado de conservación y
momificación de la venerable Madre. Parece que
estuviera dulcemente dormida, testimonio irrebatible de la serenidad y
gozo con que abandonó este mundo, testimonio que en cierto modo responde
al autor de este libro cuando dice nada sabemos de las alegrías y gozos
de estas siervas de Dios. Ahí está la clave, en la forma de morir de que
también Gil de Zúñiga habla en la introducción a esta obra.
Que
hay que regenerar estas raíces está en el hecho de que casi todos los
vecinos acuden al locutorio individualmente, pero habría que materializar
esta relación en un compromiso colectivo, una asociación de amigos del
Monasterio, la visita en determinadas fechas, de nuestra Corporación,
para no dar la sensación de que institucionalmente el convento es poco más
que un accidente en la vida municipal.
Y
más pediría yo para arraigarnos como pueblo en la historia: el
descubrimiento de nuestras señas de identidad como Casalarreina, después
de haber sido Naharruri o Nafarruri, curíosamente pueblo de navarros (1),
y aquí Gil de Zúñiga parece ponernos en la pista de otra hipótesis que
añadir a las ya divulgadas de Cassa de la Reyna Isabel la Católica, como
homenaje del Condestable, primera dignidad militar, a su Reina enfrentada
con los partidarios de la Beltraneja, como casa de reposo para la que no
pudo ser reina, Juana la Loca, o simplemente, porque tan ilustres
constructores la llamaran Cassa de la Reyna, por si en uno de sus viajes
necesitaba de aposento.
La
verdad es que según la obra del Prof. Rumeu de Armas, la Reina Isabel de
Castilla pasó de Santo Domingo de la Calzada a Bilbao sin detenerse en
Naharruri. Pero esa disponibilidad como objeto del inmueble, posiblemente
fue lo que dio vulgarmente, al fin y al cabo sólo había ocho vecinos en
1507, el nombre de Cassa de la Reyna al Palacio y hasta los mismos
Condestables tradicionalmente llamaron a su palacio, Cassa de la Reyna,
como se ve en el dócumento de 1625, por el que D. Bernardino Fernández
de Velasco y Tobar, cuando pierde el pleito por haber desviado el «calce
molinar», que dice: «Por parte del Conbento de Ntra. Sra. de la Piedad
y de mi Cassa de la Reyna ... », bien porque los nobles propietarios así
venían llamando a su Palacio, bien porque aceptaran la denominación
popular, el caso es que esta familiaridad acabó adquiriendo arraigo toponímico.
De
ahí posiblemente que no §gure en ningún documento el bautizo del nuevo
nombre. Habrá que seguir buscando nuestras señas de identidad, al menos
para no dejarlas en manos de cronistas que con una frivolidad inadmisible
no nos hacen justicia.
Quiera Dios que este libro y sus noticias sirvan de
medio para acercarnos más a lo que de algún modo es nuestro, porque
forma parte de nuestro acervo histórico cultural desde quese concibió la
idea episcopal de D. Juan Fdez. de Velasco de fundarun monasterio y desde
que ese proyecto se hizo realidad cuandoel 30 de Octubre de 1524 entró en
religión la Ilustre Sra. Dña.
Isabel Alonso de Guzmán y Fernández de Velasco con
el nombre de Sor María de la Piedad. No deja de ser curiosa la
coincidencia de que a finales de Octubre de 1671 taínbién alcanzase Casalarreina
su autonomía como municipio por 600.000 maravedís, aunque todavía
en el siglo XVII siguieran pleito exigiendoel pago del censo las monjas
hernardas de Cañas, primitivas propietarias de Naharruri, pleito que
puede seguirse en la sección «Clero», libro 5698, legajo nms. 2832,
2838 y 2844 en el Archivo Histórico Nacional en Madrid. Ese pleito a
veces nombra a Naharruri, y otras a Casalarreina.
EUGENIO
DE RIOJA.
«Eugenio de Rioja» es el seudóni habitual de
Eugenio Martínez Pérez, periodista y Licenciado en Derecho.
(1)
Según un trabajo de Shalar, publicado en la Geografía del País Vasco (tomo
de Navarra), el nombre antiguo era Lerreiuri, que significa literalmente:
Pueblo de la Reina, cosa, por otra parte, que duda Guillermo de Rittwagen,
en «Nomenclator de denominaciones geográficas vascas en La Rioja»
Madrid 1928.
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